Si gozas con el finísimo encaje de los arpegios de un violín; si el borboteo de un torrente en la montaña te desliza hacia la paz más honda; si al tumbarte sobre la hierba te regocijas con el mullido tacto de la hoja en crecimiento; o si el entrecortado impulso de las piernas de un recién nacido, buscando el tacto del mundo, te parece delicioso; si, en fin, los innumerables destellos de gracia esparcidos por la materia dulce de nuestra Tierra te iluminan, no menos lo hará el canto de este ave.
Mi consejo es que la busques a comienzos de julio, por un pequeño prado de montaña rodeado de bosque; que descanses una noche al raso; que te lleves la luz de las estrellas a tus sueños y luego te dejes despertar por el silencioso amanecer. Cuando puedas distinguir en la tenue luz a las soñolientas hojas de los árboles, él comenzará su canción. No esperes un canto al modo que entendemos los hombres. Es más bien un monólogo musical, vertido al aire fresco sin conciencia de ser escuchado por ciervos, tréboles o humanos. Es una entrega gratuita para solaz de tus sentidos recién despertados. Él no verá tus ojos abiertos, pero entrará en tus oídos acariciándote desde el tímpano hasta el alma. Te parecerá que aquel sonido no está ubicado en ningún lugar mortal; tendrás la sensación de que viene del fondo de un río celestial; no reconocerás ninguna nota: todas te parecerán nuevas, de la sustancia de los sueños, recién creadas. Serán salpicaduras de luz mojándolo todo de plata; ondas líquidas viajando por el aire, trenzadas en la paz.
Y notarás repentinamente que los trinos libres se cortan: el pájaro medita. Decide un cambio. Y continúa después con el más imprevisible de los sonidos: una palabra redonda, modulada en dirección contraria, al capricho puro de la inspiración. Ahora, una frase larga y atrevida. Ahora una dulce y arremolinada; un bucle estremecido y después, silbidos de viento liberado.
Inventor, poeta o garganta de promesas: así llamarás a tu zorzal. Cuando vuelva el silencio, se te hará grande la mañana, te parecerá que se ha quedado sola. Lo llamarás de nuevo, para no perder esa fragancia inabordable que te dejó. Y él te responderá a lo lejos, desde el tiempo de tu mente, durante muchos días, para dejarte su vivo alimento de belleza.
Texto: Maite Sánchez Romero
Pirineos, Circo de Pineta.
(Ignoro si todos los tordos cantan como el que yo oí aquel amanecer. Quizá aquel fuera único, y estuviera... tocado por la genialidad).
Mi consejo es que la busques a comienzos de julio, por un pequeño prado de montaña rodeado de bosque; que descanses una noche al raso; que te lleves la luz de las estrellas a tus sueños y luego te dejes despertar por el silencioso amanecer. Cuando puedas distinguir en la tenue luz a las soñolientas hojas de los árboles, él comenzará su canción. No esperes un canto al modo que entendemos los hombres. Es más bien un monólogo musical, vertido al aire fresco sin conciencia de ser escuchado por ciervos, tréboles o humanos. Es una entrega gratuita para solaz de tus sentidos recién despertados. Él no verá tus ojos abiertos, pero entrará en tus oídos acariciándote desde el tímpano hasta el alma. Te parecerá que aquel sonido no está ubicado en ningún lugar mortal; tendrás la sensación de que viene del fondo de un río celestial; no reconocerás ninguna nota: todas te parecerán nuevas, de la sustancia de los sueños, recién creadas. Serán salpicaduras de luz mojándolo todo de plata; ondas líquidas viajando por el aire, trenzadas en la paz.
Y notarás repentinamente que los trinos libres se cortan: el pájaro medita. Decide un cambio. Y continúa después con el más imprevisible de los sonidos: una palabra redonda, modulada en dirección contraria, al capricho puro de la inspiración. Ahora, una frase larga y atrevida. Ahora una dulce y arremolinada; un bucle estremecido y después, silbidos de viento liberado.
Inventor, poeta o garganta de promesas: así llamarás a tu zorzal. Cuando vuelva el silencio, se te hará grande la mañana, te parecerá que se ha quedado sola. Lo llamarás de nuevo, para no perder esa fragancia inabordable que te dejó. Y él te responderá a lo lejos, desde el tiempo de tu mente, durante muchos días, para dejarte su vivo alimento de belleza.
Texto: Maite Sánchez Romero
Pirineos, Circo de Pineta.
(Ignoro si todos los tordos cantan como el que yo oí aquel amanecer. Quizá aquel fuera único, y estuviera... tocado por la genialidad).
(Éste solo es un ejemplo muy corto y limitado. Únicamente sirve para hacerse ideal del timbre del ave. Es mucho más impresionante escuchar durante largo rato todo el apasionado concierto que estos pájaros pueden dar. Más familiar y conocido es el canto de mirlo, otro prodigio de la misma familia.)
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